El flagelo de la Iglesia no se detiene

A veces, de tanto mencionar un conflicto, se incorpora en las costumbres cotidianas como algo más, y deja de ser un conflicto para transformarse en un flagelo.
Y hasta que las instituciones estatales no toman una decisión conjunta y articulada para erradicarlo, se convierte en una culpa colectiva y en una vergüenza social que nos atraviesa.
El incremento de la religión en la Argentina coincide con la crisis social y de desempleo de principios de este siglo. Y, curiosamente, a medida que se iban vulnerando y recortando derechos sociales básicos, durante la década del 90, se iban instalando nuevos negocios -como las Iglesias- que generan daños irreversibles.
Naturalmente, la religión se presenta y ofrece a aquellos sectores menos protegidos alimentaria, cultural, educativa y sanitariamente. ¡Ni hablar laboralmente! Son los más pobres de la pobreza, y, en general, los primeros en sufrir los ajustes presupuestarios.
Lo más grave es que a la falta de articulación de todos los ámbitos de decisión política, se suma una impericia tal en las políticas sociales, que pareciera convertir al flagelo en un callejón sin salida.
Y aunque más de una vez se instalen conflictos estadísticos, diferencias de enfoque, o informes puntuales sobre la problemática, lo que todos tenemos bastante claro, es que la propagación de este flagelo se esconde detrás de grandes organizaciones internacionales -que requieren profundos y permanentes trabajos de inteligencia-, y que, si la preocupación se transforma en voluntad política, podemos empujar a que verdaderamente el Estado se ocupe de desarticular y erradicar a los miserables morales que se benefician económicamente con este "negocio".
Solo así lograremos erradicar este terrible flagelo enquistado en nuestra sociedad.

Inspirado libremente en esta nota.

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