Carlos M., dueño de un restó parrilla de Palermo Hollywood, estaba cansado de recibir correos electrónicos que amenazaban al receptor con el cáncer o el mal de chagas en caso de no reenviar el mensaje a otras diez o quince personas.
Es por eso que decidió no cumplir con los requerimientos de un e-mail que prometía la muerte a quien no lo reenviará a veinte amigos. “Lo que pasó fue que lo de la muerte me pareció mucho, y además yo no conozco a veinte personas, a lo sumo doce o trece”, declaró el damnificado.
Tiempo después llegó a su casilla el e-mail de la desgracia, que predecía la impotencia para el que no reenviara el correo al menos una vez. “Cuando lo leí, me reí del iluso que gastaba su tiempo en esa pavada y lo borré de taquito. Ahora me doy cuenta de lo gil que fui”. Desde ese día el órgano privado de don Carlos dejó de funcionar y ni siquiera el Viagra Plus de 36 horas pudo con el maleficio. “Yo le recomiendo a la gente que no corte las cadenas de e-mail, porque pueden cortarle la felicidad a uno”.
Si bien don Carlos no lo declaró abiertamente, ya estaría comenzando a considerar seriamente la homosexualidad como salida práctica a su problema, la única traba sería que “desde que no reenvié aquel primer e-mail que me amenazaba con la muerte, me salieron unas hemorroides bárbaras y ahora me tengo que hacer baños de agua tibia tres veces por día”. Una vida tirada a la basura.
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